sábado, 11 de febrero de 2017

La soledad en la tercera edad

Credit Damon Winter /The New York Times

El aislamiento social se está convirtiendo en una epidemia: cada vez se reconocen más sus nefastas consecuencias a nivel físico, mental y emocional.
Es más probable que las personas con problemas de salud (en especial aquellos con trastornos como ansiedad y depresión) se sientan solos. Es menos probable que quienes carecen de estudios universitarios cuenten con alguien para hablar de asuntos personales importantes.
Varias investigaciones nuevas sugieren que estar socialmente aislados es malo para nosotros. Las personas con menos conexiones sociales presentan patrones de sueño discontinuos, alteraciones del sistema inmunitario, más inflamación y niveles más altos de las hormonas relacionadas con el estrés.
La soledad puede acelerar el declive cognitivo en los adultos mayores, y las personas aisladas tienen el doble de probabilidades de morir prematuramente que aquellos con interacciones sociales más sólidas. Estos efectos comienzan a una edad temprana: los niños socialmente aislados tienen una salud significativamente peor 20 años más tarde, incluso después de haber controlado otros factores. En suma, la soledad es un factor de riesgo de muerte prematura tan importante como la obesidad y el tabaquismo.
La evidencia del aislamiento social es clara. Qué hacer al respecto no lo es tanto.
La soledad es un problema en especial engañoso porque aceptar y hablar de nuestra soledad conlleva una profunda estigmatización. Admitir que estamos solos puede sentirse como aceptar que hemos fallado en los terrenos fundamentales de la vida: la pertenencia, el amor, el apego. Va en contra del instinto básico de mantener nuestra reputación, y hace que pedir ayuda sea difícil.
Las nuevas investigaciones sugieren que la soledad no es necesariamente el resultado de falta de habilidades sociales o de apoyo social, sino que puede ser causada en parte por una sensibilidad particular respecto de las señales sociales.
Además, hospitalizada o no, mucha gente dice sentirse más sola, más deprimida y menos satisfecha con su vida durante la temporada de fiestas de diciembre.
La soledad de los adultos mayores tiene otros orígenes, a menudo derivados de que los miembros de la familia se mudan lejos y los amigos cercanos mueren.
Qué hacer?
Idealmente, según los expertos, los vecindarios y las comunidades deberían cuidar a esos adultos mayores y tomar medidas para reducir su aislamiento social. Asegurarse de que cuentan con fácil acceso al transporte a través de pases de descuento para autobuses o servicios especiales de transporte puede ayudarlos a mantenerse socialmente conectados.
Se debería animar a la gente mayor muy religiosa a continuar asistiendo de manera regular a los servicios, pues podría beneficiarse de un sentido de espiritualidad y comunidad, así como de la mirada vigilante de otros feligreses. Quienes sean capaces de cuidar a un animal podrían disfrutar de la compañía de una mascota. Los seres queridos que vivan lejos de un padre o abuelo podrían pedir a un vecino que vaya a visitarlo regularmente.
John Cacioppo, profesor de psicología en la Universidad de Chicago, ha probado distintos enfoques para tratar la soledad. Su trabajo revela que las intervenciones más eficaces se enfocan en abordar la “cognición de la inadaptación social”; esto es, en ayudar a las personas a revisar cómo interactúan con los otros y cómo perciben las señales sociales. Está trabajando con el ejército de Estados Unidos para indagar la manera en que la capacitación en cognición social puede ayudar a los soldados a sentirse menos aislados mientras están en misión y después de regresar a casa.
La soledad de los adultos mayores tiene otros orígenes, a menudo derivados de que los miembros de la familia se mudan lejos y los amigos cercanos mueren. Como dijo un anciano: “Tu mundo muere antes que tú”.
Idealmente, según los expertos, los vecindarios y las comunidades deberían cuidar a esos adultos mayores y tomar medidas para reducir su aislamiento social. Asegurarse de que cuentan con fácil acceso al transporte a través de pases de descuento para autobuses o servicios especiales de transporte puede ayudarlos a mantenerse socialmente conectados.
Se debería animar a la gente mayor muy religiosa a continuar asistiendo de manera regular a los servicios, pues podría beneficiarse de un sentido de espiritualidad y comunidad, así como de la mirada vigilante de otros feligreses. Quienes sean capaces de cuidar a un animal podrían disfrutar de la compañía de una mascota. Los seres queridos que vivan lejos de un padre o abuelo podrían pedir a un vecino que vaya a visitarlo regularmente.
También están surgiendo programas más estructurados. Paul Tang, de la Fundación Médica de Palo Alto, comenzó un programa llamado linkAges, un servicio intergeneracional de intercambio de servicios inspirado en la idea de que todos tenemos algo que ofrecer.
El programa permite que sus miembros publiquen en línea para qué quieren ayuda: lecciones de guitarra, un compañero de Scrabble, que los lleven al consultorio del doctor. Otros pueden ofrecer voluntariamente su tiempo y habilidades para satisfacer esas necesidades y “reservar” horas para cuando ellos necesiten algo.
Por ejemplo, una estudiante universitaria podría ver un post de un anciano que necesita ayuda con su jardín. Lo ayuda a plantar una fila de flores y “reserva” dos horas al hacerlo. Unos meses después, cuando ella quiere cocinar comida malaya para su novio, un chef retirado viene a darle lecciones de cocina.
“No necesitas un compañero de juegos a diario”, dice Tang. “Pero saber que eres un miembro de la sociedad valorado y cooperativo te reafirma increíblemente”.
Ahora el programa tiene cientos de miembros en California y hay planes para expandirlo a otras zonas del país.
“Quienes pertenecemos a la comunidad médica debemos preguntarnos: ¿Estamos controlando la presión arterial o mejorando la salud y el bienestar?”, señaló Tang. “Creo que para hacer lo primero tienes que hacer lo último”.
Una gran paradoja de nuestra era digital interconectada es que, al parecer, nos estamos alejando. Sin embargo, las investigaciones confirman nuestra más profunda intuición: la conexión humana está en el centro del bienestar humano. Depende de todos nosotros (médicos, pacientes, vecinos y comunidad) mantener los vínculos ahí donde se están desdibujando, y crear nuevos donde nunca han existido.





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