Credit Damon Winter /The New York Times
El aislamiento social se está
convirtiendo en una epidemia: cada vez se reconocen más sus nefastas
consecuencias a nivel físico, mental y emocional.
Es más probable que las personas con problemas de
salud (en especial aquellos con trastornos como ansiedad y depresión) se
sientan solos. Es menos probable que quienes carecen de estudios universitarios
cuenten con alguien para hablar de asuntos personales importantes.
Varias investigaciones nuevas sugieren que estar socialmente
aislados es malo para nosotros. Las personas con menos conexiones sociales
presentan patrones de sueño discontinuos, alteraciones del sistema inmunitario,
más inflamación y niveles más altos de las hormonas relacionadas con el estrés.
La soledad puede acelerar el
declive cognitivo en los adultos mayores, y las personas aisladas tienen el
doble de probabilidades de morir prematuramente que aquellos con interacciones
sociales más sólidas. Estos efectos comienzan a una edad temprana: los niños socialmente aislados tienen una salud
significativamente peor 20 años más tarde, incluso después de haber controlado
otros factores. En suma, la soledad es un factor de riesgo de muerte prematura
tan importante como la obesidad y el tabaquismo.
La evidencia del aislamiento social es clara. Qué
hacer al respecto no lo es tanto.
La soledad es un problema en especial engañoso porque
aceptar y hablar de nuestra soledad conlleva una profunda estigmatización.
Admitir que estamos solos puede sentirse como aceptar que hemos fallado en los
terrenos fundamentales de la vida: la pertenencia, el amor, el apego. Va en
contra del instinto básico de mantener nuestra reputación, y hace que pedir
ayuda sea difícil.
Las nuevas investigaciones
sugieren que la soledad no es necesariamente el resultado de falta de
habilidades sociales o de apoyo social, sino que puede ser causada en parte por
una sensibilidad particular respecto de las señales sociales.
Además, hospitalizada o no, mucha
gente dice sentirse más sola, más deprimida y menos satisfecha con su vida
durante la temporada de fiestas de diciembre.
La soledad de los adultos mayores
tiene otros orígenes, a menudo derivados de que los miembros de la familia se
mudan lejos y los amigos cercanos mueren.
Qué hacer?
Idealmente, según los expertos, los vecindarios y las
comunidades deberían cuidar a esos adultos mayores y tomar medidas para reducir
su aislamiento social. Asegurarse de que cuentan con fácil acceso al
transporte a través de pases de descuento para autobuses o servicios especiales
de transporte puede ayudarlos a mantenerse socialmente conectados.
Se debería animar a la gente mayor muy religiosa a
continuar asistiendo de manera regular a los servicios, pues podría beneficiarse de un sentido de
espiritualidad y comunidad, así como de la mirada vigilante de otros
feligreses. Quienes sean capaces de cuidar a un animal podrían disfrutar de la
compañía de una mascota. Los seres queridos que vivan lejos de un padre o
abuelo podrían pedir a un vecino que vaya a visitarlo regularmente.
John Cacioppo, profesor de psicología en la
Universidad de Chicago, ha probado distintos enfoques para tratar la soledad.
Su trabajo revela que las intervenciones más
eficaces se enfocan en abordar la “cognición de la inadaptación social”; esto
es, en ayudar a las personas a revisar cómo interactúan con los otros y
cómo perciben las señales sociales. Está trabajando con el ejército de Estados
Unidos para indagar la manera en que la capacitación en cognición social puede
ayudar a los soldados a sentirse menos aislados mientras están en misión y
después de regresar a casa.
La soledad de los adultos mayores tiene otros
orígenes, a menudo derivados de que los miembros de la familia se mudan lejos y
los amigos cercanos mueren. Como dijo un anciano: “Tu mundo muere antes que
tú”.
Idealmente, según los expertos, los vecindarios y las
comunidades deberían cuidar a esos adultos mayores y tomar medidas para reducir
su aislamiento social. Asegurarse de que cuentan con fácil acceso al
transporte a través de pases de descuento para autobuses o servicios especiales
de transporte puede ayudarlos a mantenerse socialmente conectados.
Se debería animar a la gente mayor muy religiosa a
continuar asistiendo de manera regular a los servicios, pues podría
beneficiarse de un sentido de espiritualidad y comunidad, así como de la mirada
vigilante de otros feligreses. Quienes sean capaces de cuidar a un animal
podrían disfrutar de la compañía de una mascota. Los seres queridos que vivan
lejos de un padre o abuelo podrían pedir a un vecino que vaya a visitarlo
regularmente.
También están surgiendo programas más estructurados.
Paul Tang, de la Fundación Médica de Palo Alto, comenzó un programa llamado linkAges,
un servicio intergeneracional de intercambio de servicios inspirado en la idea
de que todos tenemos algo que ofrecer.
El programa permite que sus miembros publiquen en
línea para qué quieren ayuda: lecciones de guitarra, un compañero de Scrabble,
que los lleven al consultorio del doctor. Otros pueden ofrecer voluntariamente
su tiempo y habilidades para satisfacer esas necesidades y “reservar” horas
para cuando ellos necesiten algo.
Por ejemplo, una estudiante universitaria podría ver
un post de un anciano que necesita ayuda con su jardín. Lo ayuda a plantar
una fila de flores y “reserva” dos horas al hacerlo. Unos meses después, cuando
ella quiere cocinar comida malaya para su novio, un chef retirado viene a darle
lecciones de cocina.
“No necesitas un compañero de juegos a diario”, dice
Tang. “Pero saber que eres un miembro de la sociedad valorado y cooperativo te
reafirma increíblemente”.
Ahora el programa tiene cientos de miembros en
California y hay planes para expandirlo a otras zonas del país.
“Quienes pertenecemos a la comunidad médica debemos
preguntarnos: ¿Estamos controlando la presión arterial o mejorando la salud y
el bienestar?”, señaló Tang. “Creo que para hacer lo primero tienes que hacer
lo último”.
Una gran paradoja de nuestra era digital
interconectada es que, al parecer, nos estamos alejando. Sin embargo, las
investigaciones confirman nuestra más profunda intuición: la conexión humana
está en el centro del bienestar humano. Depende de todos nosotros (médicos,
pacientes, vecinos y comunidad) mantener los vínculos ahí donde se están
desdibujando, y crear nuevos donde nunca han existido.
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