lunes, 31 de marzo de 2014

Mito 2 del envejecimiento

Todos los adultos mayores se asemejan

Las personas de edad constituyen un grupo muy diversificado. Envejecen en formas singulares, que dependen de numerosos factores, incluidos su género, sus
antecedentes étnicos y culturales, y el hecho de si viven en países industrializados o en desarrollo, en medios urbanos o rurales. El clima, la ubicación geográfica, el tamaño de la familia, las aptitudes para la vida y la experiencia son todos factores que hacen que las personas se asemejen cada vez menos conforme van envejeciendo.
Las diferencias individuales en cuanto a características biológicas (por ejemplo, presión arterial o fuerza física) tienden a ser más grandes entre las personas de edad que entre los jóvenes. Semejante diversidad causa grandes dificultades a la hora de interpretar los resultados de los estudios científicos sobre el envejecimiento, que con frecuencia se realizan en grupos específicos y bien definidos de personas de edad: así, es posible que las conclusiones no se puedan aplicar a un amplio segmento (mayoritario o no) de adultos mayores.

¿Por qué tal diferencia?
La duración de nuestras vidas puede depender de un componente genético. Sin embargo, la salud y la actividad a una edad avanzada son en gran medida una síntesis del acervo de experiencias, riesgos y acciones acumulado por una persona a lo largo de toda su vida.
Nuestra vida empieza a transcurrir antes del nacimiento. La desnutrición en la niñez, particularmente durante el primer año de vida, las infecciones infantiles como poliomielitis y fiebre reumática, y la exposición a accidentes y lesiones aumentan la probabilidad de contraer enfermedades crónicas y a veces discapacitantes en la edad adulta. Los factores correspondientes al modo de vida en la adolescencia y en la edad adulta, como tabaquismo, consumo de alcohol excesivo, falta de ejercicio, nutrición inadecuada u obesidad, aumentan mucho el riesgo de enfermedades y discapacidad en cualquier momento de la vida adulta.
Las diferencias de nivel educativo, ingresos, funciones sociales y expectativas en cualquier etapa de la vida aumentan la diversidad en el envejecimiento. En todo el mundo, el promedio de educación de las personas de edad es inferior al de los jóvenes, y esas diferencias son importantes porque los niveles de educación más elevados se relacionan con una salud mejor.
La pobreza se vincula claramente con una longevidad menor y una salud precaria en la vejez. Las personas de menos recursos tienden a vivir en ambientes más nocivos, donde es más probable que se vean expuestas a niveles más altos de contaminación del aire en locales cerrados y al riesgo de contraer enfermedades. Una estructura habitacional deficiente y el hacinamiento aumentan el riesgo de accidentes y de transmisión de enfermedades infecciosas.
A menudo, las personas de edad sumidas en la pobreza ven dificultado su acceso a
nutrición adecuada. La malnutrición sigue siendo uno de los factores principales de enfermedad y discapacidad en el mundo en desarrollo. Las cifras de la OMS indican que a principios de la década del '90 todavía habían 840 millones de personas por debajo del umbral de nutrición (que representa las necesidades alimentarias mínimas), siendo particularmente vulnerables las personas de edad. Estudios realizados en el mundo en desarrollo indican, por ejemplo, que en épocas de escasez las mujeres mayores tienden a privarse de alimentos en favor de los jóvenes.
El aislamiento social debido a viudez o a divorcio, por ejemplo, tiene efectos negativos  sobre la salud. Desempeñar un papel en la vida familiar y pertenecer a una organización comunitaria o religiosa tienen efectos beneficiosos sobre la salud, mejoran la autoestima y les  permiten a las personas de edad hacer un aporte más importante a la sociedad.

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